30.7.07

La Paradoja del Sufrimiento

Todo ser pensante -pensante propiamente dicho, no de aquellos que claman ser los que piensan y en realidad sólo viven- ha llegado, en algún momento de su vida, a la paradoja del sufrimiento.

Afirmamos, como todos lo hacen, que el sufrimiento es algo malo. Entonces, luego determinamos que todo artista, para producir una obra majestuosa, debe sufrir o haber sufrido de alguna manera. ¿O me equivoco?

Como persona que produce arte, considero que, estando en completo estado de felicidad, no he sido capaz de producir una obra digna de elogios. Sí he producido buen material estando enamorado, pero, ¿no es el amor, acaso, una de las tantas maneras del sufrir? El que ama, sufre, eso es algo que he podido confirmar a lo largo de mi corta existencia.

Bien, llegado a este punto, veamos ahora que todo el que se encuentre en algún tipo de sufrimiento, va a desear salir del mismo. ¿De qué manera se logra? Mejorando su situación. Así, entonces, puedo decir que el cambio depende del sufrimiento, en cierta manera -sino de toda manera posible.

Es el mismo caso del que afirmó, en la antigüedad, que la luz y la oscuridad deben de convivir para asegurar su existencia: sin luz, no hay oscuridad, y sin oscuridad, no hay luz.
Todo mal asegura un bien directamente opuesto, así como todo bien requiere de su maldad contraria.

La paradoja del sufrimiento consiste en que, si el mismo es algo malo y perjuicioso, ¿por qué hemos de necesitarlo para lograr la felicidad?

Intento decir que no hay felicidad alguna sin un sufrimiento anterior. Uno para recibir, debe otorgar antes. Es una ley un tanto apresurada, quizás, pero si se ve cómo vive el ser humano, se da uno cuenta de que actuamos únicamente como reflejo: se recibe un golpe y se intenta devolverlo o esquivar el siguiente.

El hambre lleva a saciarla; los dolores, a curarlos. Es el amor, tal vez, en único sufrimiento que encuentra la felicidad en sí mismo.