23.1.07

Y2K

a una enana.

La Cachi había perdido la virginidad por la llegada del año 2000, víctima del pánico mundial por la inminente caída tecnológica-digital. Había sido en esos días de diciembre en los que uno no comprende bien la diferencia entre final y principio y en los que la mayor parte de la gente estaba completamente aterrorizada y hacía todo lo que “siempre quise hacer”, al ritmo de la cumbia, en un colchón en el suelo. No había sido lo que siempre quiso, pero la Cachi no tenía deseos de morir virgen. Quería desaparecer de la existencia con el himen destrozado, desgarrado, hecho pelota; convertirse en toda una señorita antes de comenzar a pudrirse en una explosión cósmico-nuclear y ser polvo espacial junto al resto de la humanidad.

A Damián lo había conocido en la bailanta, ese mismo día. Se habían visto, su mirada ofuscada por efecto de los tres tequilas de la noche, y él se le había acercado. Le había susurrado unas palabras bastante obscenas al oído y le había tocado el culo. La Cachi sólo lo observó durante toda la actuación, sin hacer nada, sólo rió, lo tomó del brazo y lo arrastró a la pista de baile.

En el momento sonaba Lía Crucet, ‘Esta noche quiero sexo contigo’, y el efecto de la letra fue brutal. Damián estaba muy caliente con la Cachi, parecía un animal en celo - aunque vale la redundancia el afirmar que muchos de los hombres que salen a bailar lo parecen, inclusive simulan estar de cacería, acechando a las muchachas por todos los flancos. Para no estarlo, ella era toda una mujer, con pechos rebosantes, cuerpo voluptuoso y larga cabellera rubia hasta la cintura. Una verdadera Venus de Willendorf que se sabía todos los pasitos de la tropical.

Todos en la bailanta aseguran que la pareja lanzaba chispas con cada giro que daban, y la Cachi levantaba su pollerita, la revoleaba y mostraba sus piernas y su diminuta tanga. Damián se volvía loco y la tomaba por la cintura, bajando una mano de tanto en tanto para palpar una carnosa nalga. Había sido una escena bastante explícita, casi sacada de una porno, pero con la excusa de “estamos bailando” y un nivel de alcoholemia elevado, todo el mundo se pone candente – ellos no iban a ser la excepción, en especial con las intenciones que rondaban en sus mentes.

El bailoteo duró poco, se fueron temprano de la disco, en el auto de él. Al rato llegaron a su departamento, al que se había mudado recientemente. Lo único que había en su interior era un colchón, un equipo de música y una pila de botellas de cerveza vacías. Pintoresco, al estilo barrial, como lo llamaban. Pusieron un disco, uno de esos de cumbia villera, y se lanzaron al lecho. Camino a la casa habían comprado profilácticos en una farmacia de turno.

Damián, o Damy, como le decía la muchachada, era conocido por su dotación fálica. Entre sus amigos lo jodían y lo comparaban con un caballo. Exageraciones de la masa, mitos del barrio o algún rumor creado para aumentar la fama y el sex-appeal del joven, la cuestión yace en que el verdadero tamaño del pene de Dany era de unos quince centímetros y que sufría de la tan nombrada eyaculación precoz. La Cachi, por ser virgen como lo era, jamás se enteró del desperfecto, pero tampoco alcanzó un orgasmo.

La primera prenda en volar fue el topcito de ella. No usaba corpiño, así que sus senos se desparramaron sobre el pecho de Dany. Luego se fue la remera del semental, dejando a la vista unos pectorales adolescentes semi-varoniles. El resto fue como la caída de una fila de piezas de dominó: la desaparición de una pieza implicaba la desaparición de la siguiente.

No hubo mucho jugueteo: él iba directo a los genitales, ella se dejaba. La noche no fue la planeada, con explosiones de fuegos artificiales interiores, sentirse única y en pleno goce, pero el himen fue destruido. El objetivo había sido cumplido.

La Cachi abandonó el departamento apenas despuntó el alba, con una insatisfacción interna bastante profunda. A los pocos días llegó el año nuevo y ese sentimiento se ahondó muchísimo más. Puedo asegurar que nunca dejó de ser esa alegre bailantera con pechos enormes, pero no volvió a tener relaciones hasta pasados los veinte. Tan mala había sido su primera experiencia que la frustración la persiguió en cada levante nocturno. Ahora es más selectiva, y los rumores barriales la bautizaron como una tigresa insaciable.

espejo empañado

19/01/07, pinamar, buenos aires, argentina

Una mano húmeda apoyada sobre el espejo empañado
que fragmenta las imágenes que en él se reflejan,
y frente al mismo, mi cuerpo desnudo, mojado,
entregado a merced de las ilusiones que se muestren.
Soy una silueta de espejismo sobre el vidrio
mientras me toco placenteramente pensando en vos,
en tu ausencia y en mi sed de tu presencia.
Mi desnudez me inhibe, y las gotas de agua
son las únicas que acarician mi piel.
Cierro los ojos y te imagino, me sacío de tu ser,
me masturbo y mis gemidos despiertan el vapor que me rodea.
Cuando vuelvo a mirar, encuentro tus ojos miel
que me miran desde mi silueta irizada.
Una mano húmeda resbala, frustrada, sobre el espejo empañado,
al llegar al éxtasis y saber que no estoy,
que no estás.

21.1.07

sudestada

18/01/07, pinamar, buenos aires, argentina
Libélulas recorren ansiosamente las dunas,
se posan ociosas sobre los granos de arena
y baten sus alas con violencia
invocando las precipitaciones estivales.
El sol refleja en las miles de facetas de sus ojos
generando colores primaverales, verdes y violetas.
Un híbrido sentimiento al ver al mar,
donde la vida comienza y acaba súbitamente,
donde edificios de agua se levantan
y se desploman, unos tras otros,
detonados por el peso de su propia vanidad.
Y la espuma se seca, deshidratada por el fuego,
dibujando líneas sinuosas de sal sobre la costa,
símbolos naturales, palabras sabias
encriptadas en un lenguaje oculto.
Cada ola escribe una oración,
extensísima como el horizonte,
que predice lo que dirá la siguiente.
Abruptamente, el proceso se detiene,
comienza un silencio marino
y los hipocampos relinchan en las profundidades.
Fallece el movimiento de la marea
dando paso a una superficie espejada y cristalina.
Aumenta el volumen de aquella masa acuática,
bajo la influencia de Diana oculta en el eclipse,
y uno se siente envuelto en el misticismo marítimo,
en la sensación de la infinidad,
de la nostalgia, del letargo.
El cielo va tiñéndose de negro,
como vencido por la oscuridad siniestra
de una deidad destructiva.
Y así como las nubes dibujan remolinos en las alturas,
en los corazones se arremolinan los temores,
mezclándose, combinándose,
creando un pánico que paraliza,
un pánico que da placer.
Fobos y Deimos iluminan
y dejan filtrar su influencia
por los huecos de la inmensa pared que cubre al Edén.
Suavemente se levantan los vientos,
despertando su furia, arrastrando partículas de polvo, agua y sal.
La brisa se convierte en ventisca,
la ventisca se transforma en tormenta de arena,
un vendaval agresivo bañado en diminutos cristales
que calan bocetos sangrientos en la piel
y que penetran en las pupilas llenas de lágrimas.
Las imágenes que quedan en la arena
son el reflejo de la devastación que se avecina.
Una sangría en la cubierta nubosa,
una herida en el cielo que tiende a la hemorragia,
al sangrado interminable que derrama sobre nosotros.
Piezas de agua divinamente forjadas
para lacerar cada centímetro de suelo en la Tierra.
Cuando se hidrata la grama, con las salpicaduras tormentosas, se libera el aroma.
Cuando se libera el aroma, me acuerdo del frío.
Cuando me acuerdo del frío, ansío el calor humano.
La sudestada es destructiva,
más aún cuando llevamos recuerdos dentro.



el cerrojo

19/01/07, pinamar, buenos aires, argentina


A través del cerrojo,
la imagen trasgiversada
de una visión reducida.
El círculo y el trapecio
ofuscando la realidad,
que generada por la imaginación
su complementaria oscuridad,
confunden el juicio
de un alma curiosa
que espía donde no debería.
La llave es otorgada
por aquel que la posee,
y si la cerradura está cerrada,
¿por qué forzar ver
a través del cerrojo
donde lo incompleto
se llena del temor
y del miedo más penoso?

2.1.07

combustión espontánea

Se durmió feliz y se despertó feliz más de una vez en la semana. Todos los días, para ser más preciso. La vida le dio un vuelco y ahora tenía algo por qué sonreír.
Caminaba por la calle y empezó a sentir humo. Azufre y carbón, olor a asado. Sus brazos combustionaron y se prendieron en llamas. Su pelo se volvió ceniza y su piel se derritió. En cuestión de segundos, explotó, y sólo quedó de él una masa deforme en la vereda. Los únicos vestigios que de su vida quedaron son el polvo de su ropa y el piercing que colgaba de su labio.
El fulgor del incidente atrajo a curiosos. Muchos se preguntaron el por qué de semejante estallido. ¿Por qué una persona se prendería a sí misma, espontáneamente, evaporando su sangre y deshaciendo sus carnes? A lo que apareció un hombre, de esos que vagan por la ciudad observándolo todo y descifrando acertijos, de los que se visten excéntricamente, con gorro con pluma verde y anteojos oscuros con incrustaciones preciosas. Con las pieles colgando de su papada, respondió:



- Se había dormido feliz y se había despertado feliz. Uno tiende a perseguir la felicidad, y cuando la encontró, no quedó más que extinguirse. ¿De qué sirve una vida si no se puede escapar de ella por lo melancólica que es?
El humano no está preparado para el regocijo, por eso sabotea su tranquilidad.
Cuando uno se va a dormir contento, ¿no aparecen preocupaciones en la mente para hacernos despertar angustiados? Cuando uno no se puede sentir mejor, ¿no recibe un diagnóstico que dice Cáncer?
No esperen, mis amigos, que este muchacho que ante nosotros yace haya durado más tiempo. Tarde o temprano, la vida lo iba a alcanzar, y lo iba a empujar a la muerte.

A la mayoría le pareció más o menos razonable lo que dijo el sabio, por lo que siguieron su rumbo. Algunos comprendieron sus palabras, otros no entendieron, mas no vieron el por qué de quedarse viendo las cenizas por más tiempo. Un niño recogió el piercing y se lo guardó. Luego vino un barrendero y puso el despojo humeante en el tacho de basura.

Ley de gravedad: Todo lo que sube, tiene que bajar (Tarde o temprano).

limón al champagne (fin de año)

Levantar la vista y ver una estela de un grupo de espermatozoides hechos de luz que se desvirtúan en la inmensidad sublime de la noche del treinta y uno de diciembre, para mí sólo eso es conciso, el resto son meras promesas familiares y mucha comida fría.

Es una fecha extraña, caótica e impredecible. La cuenta regresiva ya inclusive me resulta tediosa, sin vida, son sólo segundos que retroceden para indicar que el tiempo avanza, y a mí, personalmente, me parecen palabras 'cinco, cuatro, tres, dos, uno' que se pronuncian con una entonación de falsa emoción.

El ser humano pone muchas esperanzas en cualquier tipo de inicio, ya sea el comienzo de un libro o de una película. Yo me limito a saber que termina algo y que empieza otro algo.

El brindis, gran ritual alcohólico que ayuda a escupir el veneno del año que finaliza, ¿o también es bueno para poder tragar el amargo sabor de un año que llega? Todavía no lo sé, yo brindo con soda, me gustan las burbujitas que cosquillean la garganta.

Mi familia me mira, y no comprende mi desabridez para con esta fecha en particular. Quizás no entienden lo que significa dejar doce meses atrás que tanto significaron para uno. No es que tenga falta de emoción, sino que me cuesta despegarme de un lindo pasado.

Todos arrojan a la basura la ropa vieja y usada para ponerse el nuevo conjunto; yo simplemente tengo miedo de que no me quede como debería, de haber comprado un talle equivocado.