27.4.07

carta coneja

Buenos Aires, fecha indeterminada debido a varios motivos, 2007
Querida Coneja:

Te voy a contar la historia de una carta, extensísima como la más larga de las anécdotas familiares, misteriosa como el más profundo símbolo del Apocalipsis, escurridiza como el pez más veloz, y reproducida tantas veces como los hijos de un proletariado fértil.
Esta es una carta atemporal, pues habita en una dimensión en la cual la concepción de tiempo, las fechas, las horas ya son parte de un juego de niños. Tantas veces fue rescrita, tantas veces duplicada, que ya perdí la cuenta. Mi mano se cansó ya de los eternos garabateos sobre el papel, del ida y vuelta de ideas y pensamientos que querían plasmarse frenéticamente en una hoja de cuaderno y ser enviados por vía postal, pero que, o no salían, o simplemente se confundían con estupideces.
Esta es una carta múltiple, compleja, retorcida y compuesta. Es el vástago de sus predecesoras, su combinación y producto, una especie de rompecabezas; un collage armado con retazos de las anteriores.
Creo que fue al empezar la quinta (o séptima u octava) carta cuando me di cuenta de que había puesto, en todas ellas, cosas sobre las que quería que leyeras, puntos importantes y claves para entender qué había pasado con Federico Guillermo, a dónde había ido, qué estaba sintiendo. Entonces decidí tomar eso, fragmentarlas completamente y crear este ser amorfo que estoy escribiendo en este momento, pero que al tiempo de su lectura, mi acción va a estar terminada – fue una ironía que siempre me gustó destacar, al hablar en presente en una carta, esa noción de contemporaneidad entre la escritura y lectura de la misma se pierde completamente.
Comienzo, entonces, la historia de dicho personaje escrito, no sin antes hacer un comentario sobre el formato que decidí darle al mismo.
No sé si lo sabrás, mi queridísima Coneja, que detesto profundamente mi caligrafía. En estos momentos, estoy penosamente escribiendo sobre papel de cuaderno, con lapicera y codo sobre el piso de mi habitación. Sin embargo, para no dañar tus ojos con mi horrenda manuscrita, es que he decidido transcribir el producto a computadora una vez finalizado.
Llamame impersonal, frío, sobrio o simplemente odiame en silencio, pero creo que es lo mejor. Aparte, y es un detalle muy importante, mi letra manuscrita es extremadamente grande, al igual que esta esquela que está siendo escrita, por lo que tampoco me agradaría enviar por correo un sobre de tres kilogramos de peso hasta Corrientes.
Ahora, sí, sin más especificaciones sobre ella, paso a contarte la historia de su vida.

Esta carta – o una de sus partes - comenzó remotamente allá por los tiempos del otoño, cuando te habías vuelto a tus pagos después del recital del señor Waters. Era, por ese tiempo, un tanto emotiva, y describía cómo me sentía tocado por una mano divina al saberme rodeado de personas como cierta que habita lejos, por los pagos del federalismo, y que es un retrato vivo de mi alma.
Justamente, esta carta intentaba explicarle a ese retrato, a esa copia, sin desmerecerla, pues es la copia más exacta; cómo es el original, el verdadero Dorian Gray:
El verdadero Dorian es un ser extraño y solitario. Le encanta estar rodeado de gente, ser querido y querer. Al mismo tiempo, disfruta de su soledad eternamente. Su pasatiempo principal, es pensar, porque pensar lo hace sentirse importante, y porque así alimenta su ego, creyendo que sabe las verdades del mundo.
Paradójicamente, su mayor mal es pensar, porque pensando es que también cae en vicios asquerosos como lo son el darse cuenta de que sin él, el mundo sigue girando; de que en realidad hay gente que sabe muchas más verdades que él, de que no es el único Dorian en el mundo.
El verdadero Dorian tiende a desaparecer de la gente que más lo aprecia, y no lo hace a propósito. En su fanatismo por su persona, en su egoísmo, piensa que el resto lo va a esperar con los brazos abiertos, cuando no es tan así. Al darse cuenta de que pudo dañar algún afecto, se siente mil veces peor que si lo hubieran abandonado a él. Dorian siente ese dolor en lo más profundo y comienza a escupir explicaciones. A veces, funcionan; a veces, empeoran todo. Y es que esta es otra de las características importantes del Dorian original: su verborragia.
Un Dorian no sería tal sin su mágico defecto, y es el hablar de más. Las cosas a veces pueden sostenerse en el silencio, pero en su maña de demostrar que todo lo sabe, que todo lo puede explicar y solucionar con la palabra, termina pisando sobre lo logrado. ¡Cuántas veces ha pateado su propio castillo de naipes por una palabra de más!
Y es que, durante mi ausencia, mi desaparición, mi estadía bajo la capa de invisibilidad, cierto personaje indeseable con título obtenido en la Facultad de Psicología me hizo saber de que, todo este tiempo, Dorian no fue Dorian. Es decir, sí era un narciso incomparable, con una autoestima ambivalentemente exagerada y destructiva, pero no era un Dorian, sino que fue y es un Fausto.

Ya diagnosticado mi narcisismo intelectual, cosa que ya sabía – y cómo no lo voy a saber, si soy Fausto, y todo lo sé -, la siguiente carta se dedicaba a contarle al retrato el famoso episodio del psicólogo:
Ya cansado de toda la historia del análisis, me dediqué a boicotear el trabajo de este hombre (así lo llamo yo), porque sentía que no me estaba ayudando para nada. Girábamos siempre en torno a los mismo temas, con la idea de este hombre de que yo, en mi inconsciente, me sentía un hijo no deseado por haber nacido diez años después de mi hermana, y por lo que me forjé una armadura de independencia. Es por eso que decidí demostrarle, un tanto insolentemente, cómo no me preocupaba en lo más mínimo ese aspecto de mi vida.
Yo pregunto: ¿en qué sentido puede ser mala la independencia si es tomada responsablemente? En más de una ocasión demostré que solo puedo sobrevivir, que solo puedo trabajar – y cuando a trabajar me refiero, me refiero a trabajos correctamente hechos -, que solo puedo vivir.
Finalmente, pude desligarme de ese hombre, al recibir el diagnostico final y al hacerle saber, EXPLÍCITAMENTE, que no tenía intenciones de seguir yendo a visitarlo por las tardes de los miércoles. Tampoco me retiré sin antes hacerle saber que sus aranceles me resultaban excesivamente caros para lo que estábamos haciendo, a lo que me dio una respuesta típica de ese hombre, clamando: “Pero, ¿vos decís eso porque sentís que no te lo merecés? ¿Es porque pensás que, al ser un hijo no deseado, no te lo merecés?”. Imaginate mi risa estruendosa.

Cambio aquí, mi coneja, el estilo de esta porquería compuesta. Ya me cansé de remitirme a qué parte pertenece a qué carta y demás. Ahora, me transformo en un Fausto vulgar y sencillo, mundano, menos literario y grosero, campechano y chabacano. (Esto no me lo cree nadie).

Me siento un Fausto distinto a los demás, porque soy el único de ellos que posee un retrato. O sea, vos vendrías a ser una especie de retrato de Doctor Fausto, lo cual no deja de ser menos importante, pero vas a pasar a ser una obra menos admirable, porque Fausto no era muy lindo que digamos.
Y, mi retrato, así como contaba antes, Fausto se siente horrorizado al darse cuenta de que abandona a las personas que más quiere y admira. Él tiene esos fantasmas que lo persiguen constantemente, fantasmas que tienen la forma y voz de sus seres queridos. Hay un fantasma tuyo, que lo persigue constantemente, y que, una vez al día, le recuerda que debe comunicarse con vos.

No puedo extender mucho más, sabrás… Si tanto tardé en hacer esto, también, es por la cantidad de otras cosas que me están agobiando. Vas a entrar, coneja, a una parte nueva de mi mundo, en la cual aparezco desmoralizado completamente por la cantidad de cosas que he de hacer y que quiero hacer.
Fausto tiene la habilidad de cargarse de millones y millones de tareas aparte de aquellas que ya le son impuestas. Es por eso que, aparte de escribir una carta a su bienamado retrato de Corrientes, cosa que quería, Fausto tuvo también que terminar muchísimos trabajos, proyectos y cumplir con necesidades básicas, como lo son comer, dormir, reproducirse (aunque sea sólo por placer).
(...)
Con esto, coneja, supongo que entenderás un tanto cómo es la cabeza del Fausto modelo por el cual fuiste inspirada, al cual viniste a reflejar en esta vida. Es tortuoso, encima, el hecho de que todos los razonamientos y dudas que antes escribí, en un día puedan cambiar de sitio y valoración. Un día me importa todo; al siguiente, nada.El vicio de pensar hace las cosas difíciles para mí. En eso sos suertuda, de ser un retrato y no el original, porque no te hundís en el razonamiento, pero estás barnizada por el sentimiento con el cual fuiste ideada y pintada. No es para desmerecerte, nuevamente lo repito, porque hay un dicho que dice “El arte puede mejorar a la naturaleza. Un cuadro es más real que los paisajes de verdad.”. Y así es, porque en vos tuvieron la facilidad de poder corregir todo aquello que en mí no se pudo, pues fue por obra y gracia del Señor.
(...)
Antes de despedirme, quiero decirte una única cosa más:
A Fausto únicamente lo persiguen los fantasmas de aquellas personas que más aprecia y quiere. Tu fantasma estuvo demasiado presente en este último tiempo, y la culpa de no haber podido estar antes a tu disposición, fue una de las peores.
Me disculpo, una vez más, por el estilo de carta-documento - ya verás por qué lo digo cuando llegues a la firma.

Un beso enorme, te quiere mucho,
Fede (Fausto)

19.4.07

Globos y fuegos de artificio

Será por el atún, será por la mayonesa, será por la ensalada Waldorf o será por la horrorosa sensación de cómo un ciclo se cierra y el gustito nuevo del que viene, ese sabor al que no estamos acostumbrados y al que vamos a tener que acostumbrarnos en trescientos sesenta y cinco días exactamente, para luego despedirse de él y entrar nuevamente en la misma y tediosa paradoja. Será por el bochinche y por la alharaca que se hace, por los descuentos y ofertas navideñas; será por las lucecitas de colores y los árboles adornados, por el muérdago y las manzanas y los ángeles y las estrellitas y las borlas y la nieve de poliuretano. Por estas cosas me pregunto, ¿no será demasiado aglutinante el contenido de fin de año?

El olor a pólvora que flota sobre nosotros y las masas regocijándose en las luces y colores y chispas y estallidos. Los fuegos de artificio nos alegran, realizando un espectáculo de placeres para la visión. Estroncio para el rojo, cobre para el azul, sodio para el amarillo y hierro para el dorado. Químicos que se reúnen para crear, agregando aluminio, este espectáculo piromusical, que se comprometen a originar la felicidad en nuestros corazones cada 31 de diciembre. Son los chillidos y los silbidos de los cohetes los que despiertan nuestro asombro, llevando nuestras miradas hacia el firmamento y haciéndonos abrir la boca con el famoso estruendo final, cuando las flores luminosas se expanden para luego perderse en la negrura del espacio aéreo.

A las 0.00 del 1° de enero se brinda. Se chocan las copas con sidra (o champaña, dependiendo del nivel económico de la casa huésped) y se dice chin-chin. Algunos se besan y se abrazan, otros se disponen a comer doce pasas de uvas, pidiendo los mejores deseos para el año que empieza. ¡Salud!

Y así salen a la calle a prender sus globos. Incineran la mecha del artefacto de papel, de aquel que hayan comprado anteriormente en una mediocre estación de tren, en oferta, o en el mercado del barrio cerrado. Escriben en una carta las cosas que desean, sus objetivos en la vida, los regalos para Reyes, los amores que anhelan, las personas que extrañan, y la adhieren al transporte. Esperan a que se caliente el aire y a que se infle la bolsa y lo liberan cual animal salvaje. Se eleva, se eleva y se aleja de la tierra. Algunos no encuentran el rumbo y se pierden, otros se enredan en los cables de electricidad, generando desperfectos e incendios. Pero al fin y al cabo, muchos de ellos llegan a esa carretera aérea que los guía a través del cielo para llegar… ¿a dónde? ¿A quién es que envían todos sus deseos más profundos?


La mañana del 1° de enero amanece. El sol baña los tapiales de su jardín y sus plantas, autóctonas del sur, reciben con cariño los rayos del astro rey. ¿Por qué no sale de su hogar? Algo lo retrasa, quizás el hecho de tener tantos años lo ha desgastado un poco y le cuesta despertarse temprano. La barba se asoma a través de la puerta y tras ella aparece su cuerpo raquítico de anciano. Se despereza y estira los brazos al cielo.

Mira a su alrededor y comienza su labor.

Entra los primeros cuarenta y siete globos a la casa e inicia la tarea de doblarlos suavemente y extraer las cartas de cada uno de ellos. Con ellas arma una pila sobre la mesa y deposita los papeles de seda desinflados en una bolsa de consorcio. Sale nuevamente y repite el mismo trabajo.

Al final de la mañana, para la hora del almuerzo, tiene todos los deseos en veinticinco pilas organizadas. Toma un delicioso banquete con su señora y luego se sienta en el sillón para disfrutar de la lectura. Carta tras carta, subraya los puntos más importantes y realiza una lista de los más merecedores. Esa noche va a dormirse temprano, pues sabe que a la mañana siguiente debe trabajar en el faro de Punta Arenas, y aprovecha la tarde para rezar por la gente en la lista. Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria para cada uno y él sonríe porque sabe que durante este año, por ese momento en el que estuvo arrodillado al pie de la cama, muchos van a recibir un golpe de suerte. Él sabe que algunos de los deseos se perdieron por el camino, que muy pocos llegaron a destino, por eso también reza por ellos.

12.4.07

Estupefacientes

a un pomelo.


Todos los jueves, sin excepción, Abigail aparecía en la esquina del cine, envuelta en esa gabardina, con sus anteojos negros y con el pañuelo en la cabeza. De incógnito pasaba y se cercioraba de que nadie la siguiera, de que la noche fuera tranquila, y, buscando en su cartera, sacaba su reloj y revisaba la hora.
Todos los jueves, sin excepción, Abigail entraba al cine, envuelta en esa gabardina, con sus anteojos negros y con el pañuelo en la cabeza. De incógnito rondaba entre las taquillas, delante del quiosco de golosinas y se cercioraba de que nadie la siguiera, de que estuviera segura, y, buscando en su cartera, sacaba su reloj y revisaba la hora.

Todos los jueves, sin excepción, Abigail compraba una entrada a la función de las 20.15, envuelta en esa gabardina, con sus anteojos negros y con el pañuelo en la cabeza. De incógnito ingresaba a la sala, observando para todos lados y entregando desconfiadamente su boleto al guarda; y se cercioraba de que nadie la siguiera, de que estuviera sola, y, buscando en su cartera, sacaba su reloj y revisaba la hora.

Todos los jueves, sin excepción, Abigail se sentaba en la butaca 16 de la fila J y miraba la película, envuelta en esa gabardina, con sus anteojos negros y con el pañuelo en la cabeza. De incógnito leía los subtítulos de la última comedia romántica de Jennifer López, y se cercioraba de que nadie la observara, de que la soledad de su entorno fuera completa, y, buscando en su cartera, sacaba su reloj y revisaba la hora.

Todos los jueves, sin excepción, y a la mitad de la película, Abigail se levantaba de su asiento y se dirigía al baño del cine, envuelta en esa gabardina, con sus anteojos negros y con el pañuelo en la cabeza. De incógnito corría apurada al baño, empujando la puerta casi violentamente, y se cercioraba de que nadie la siguiera, de que sus espaldas estuvieran a salvo, y, buscando en su cartera, sacaba su reloj y revisaba la hora.

Todos los jueves, sin excepción, y a las 20.45, Abigail se disponía a maquillarse frente al espejo del baño, embadurnando sus labios con el carmesí del rouge y delineando sus pestañas con el poderoso rimel, enrojeciendo sus mejillas con polvos rosados, casi naranjas salmón, envuelta en esa gabardina, con sus anteojos negros en el bolsillo y con el pañuelo en la cabeza. De incógnito esperaba a que se vacíe el sanitario, y se cercioraba de que no hubiera nadie escondido en algún compartimiento, de que la suerte estuviera con ella, y, buscando en su cartera, sacaba su reloj y revisaba la hora.

Todos los jueves, sin excepción, Abigail ingresaba al tercer cubículo contando desde la pared, envuelta en esa gabardina, maquillada hasta la médula, con sus anteojos negros y con el pañuelo en la cabeza. De incógnito cerraba la puerta y la trababa, dejando ver el famoso OCUPADO desde el exterior, y se cercioraba de que nadie hubiera entrado al baño, de que el silencio estuviera imperturbado, y, buscando en la mochila del inodoro, sacaba cinco paquetes de puntas redondeadas, de color mate, embalados con cinta marrón, los metía en su cartera y en su lugar depositaba un fajo de billetes en una bolsita impermeable.

Todos los jueves, sin excepción, y antes de que terminase la última comedia romántica de Jennifer López, Abigail abandonaba el cine, envuelta en esa gabardina, maquillada hasta la médula, con sus anteojos negros y con el pañuelo en la cabeza. De incógnito pisaba la vereda de la avenida Corrientes y caminaba velozmente hacia la esquina; y se cercioraba de que nadie la siguiera, de que hubiera triunfado, y, buscando en su cartera, sacaba su reloj y revisaba la hora.
De lunes a sábado, exceptuando los jueves, y sin excepción, Abigail subía la persiana de su lavadero, vestida normalmente, con poco maquillaje, con los lentes de contacto verdes y el pelo recogido. Tranquilamente abría un paquete de puntas redondeadas, de color mate, embalado con cinta marrón, y repartía su contenido, un polvillo completamente blanco, en distintos recipientes de varios colores, y se cercioraba de que ni un poco cayera al suelo, de que no se malgastara, y, buscando en su bolsillo, sacaba la llave de la caja y la abría, sabiendo que dentro de muy poco tiempo se llenaría de billetes porque su local tenía el mejor jabón en polvo de toda la ciudad.

11.4.07

Brindo por la ignorancia

Así es, brindo por la ignorancia. Y brindo también por el desconocimiento, la
idiotez y la estupidez. Brindo por todos aquellos que no saben, por todos los
boludos, por todos los brutos e inconscientes.
Aquellos que son tontos, opas, bobos y débiles mentales; aquellos incapaces y a los que les cuestan las cosas, Dios los tenga en su gloria. También los que se regocijan en la moda, los que disfrutan de lo imbécil e inmaduro, de lo violento y sangriento, del entretenimiento sin contenido.
Benditos sean ustedes, los procedentes de la barbarie, los incivilizados, los incautos, los inocentes. Los crédulos, los cortos de entendimiento, los mentecatos, los memos, salvados sean.
Autómatas faltos de razonamiento, optimistas ingenuos que no quieren ver la realidad, torpes empedernidos, nada malo les pase, la desgracia se aleje de ustedes.
Y saludo honorablemente a los que se equivocan repetidamente, a los que fallan siempre en el mismo obstáculo, a los que pisan siempre el mismo palito, a los tarados, a los necios, a los lerdos.
Hoy es el día en el que terminé con mi idealismo y me di cuenta de cómo son las cosas realmente. La antigua ley de la selva sigue vigente y es así también como se cumple el poder simbiótico de la naturaleza humana. ¿Qué seríamos nosotros, los cultos y capaces, sin aquellos por los que brindo en esta hermosa noche, antes de disfrutar de tan noble y bondadosa cena? Sólo imaginen una sociedad inteligente hasta el último individuo. (Y no, no hablo de que los honrados esta noche no sean inteligentes, pues es la inteligencia, el raciocinio, lo que nos separa a los humanos de los animales; pero refiero esta palabra a la superioridad misma que se da entre aptos y no aptos, es decir, entre inteligentes e ignorantes).
¡Qué fácil es la vida para nosotros los hábiles, que sobresalimos entre la barbarie inepta y maleable! ¿O es acaso que todavía no saborearon los placeres de ser halagado por el mínimo esfuerzo lógico, cosa de la que no muchos son capaces? La simpleza de hablar en difícil, así como lo dicen los mundanos, y conseguir las alabanzas más satisfactorias para alimentar nuestro ego. Con sólo decir Esa obra de arte es muy linda adornada con las palabras y parafernalias más rebuscadas, derivando dicha frase en Esa expresión del alma, esa imagen idealizadora del espíritu del artista, cumple con todos los requisitos para ubicarse junto a los más grandes artífices de la cultura humana, incluso superando a varios idóneos contemporáneos y satisfaciendo el deseo, el placer de la belleza que necesitamos las personas para separarnos de nuestra naturaleza animal, conseguimos títulos de sabios, genios y críticos. Es que frases como ésta no se escuchan todos los días, y es que ellos, por los que hoy estoy agradecido y a los que hoy dedico toda mi obra y vida, nos hacen el trabajo de vivir mucho más sereno.
Retomando la imagen de una sociedad superdotada hasta su más ínfimo miembro, ¿creen ustedes, mis colegas, que ser una persona renombrada costaría lo mismo que nos cuesta hoy día? La competencia surge cuando hay competidores. Cuando se es mejor a los demás, la carrera está ganada, los honores caen del cielo. Es por esto que hoy, junto a ustedes, brindo por la ignorancia, para darle aquella distinción que jamás recibirá por mérito propio, sino por el favor incondicional que nos brindan con su simple existencia.

¡Salud!

2.4.07

we do tea for two

Así como vos lo podés ver en mis ojos, yo puedo verlo en los tuyos. Lo que siento sobre mi piel, ya lo sentiste vos; y lo que siento es también lo que sentís, porque lo que es tuyo ahora también es mío. Fundidos, entrelazados, enredados, anudados, asfixiados por el peso de cada uno, que ahora es el propio también.
Las dudas se disipan cuando se viven en carne propia las emociones ajenas. Y no es una simple empatía, porque no es ponerme en tu lugar ni imaginarme estar ahí, sino estar y sentir; sufrir y amar y sufrir de amar. Gozar de necesitar llenar tus pulmones y hacer correr tu sangre y hacerte respirar.
Después de un abrazo, una mirada, ese cambio de posiciones, te entiendo. Vivirte.