23.6.09

Irrepetible

Irrepetibles los surcos que marca el agua en la tierra;
irrepetible sabor el de la lluvia por caer.
Irrepetibles segundos que encanecen los cabellos;
irrepetible historia contada cada día, cada mes.

Dos veces no has de bañarte
en las aguas de un mismo río:
Irrepetibles el cauce y las rocas,
la marea, los peces y el frío.

Irrepetible el gesto dibujado en su rostro;
irrepetibles las curvas de su sombra sobre el suelo.
Irrepetibles las nubes, las plantas y los mares;
irrepetibles lágrimas que no caerán de nuevo.

Irrepetible el canto del ave
que sufre la muerte de una herida.
Irrepetibles palabras elocuentes
que dejó en tan hábil despedida:

Irrepetibles notas de un arpegio irrepetible.

12.6.09

Erizos (VIII)

Una noche me desperté por el ruido de un murmullo. No eran las lejanas y apagadas, burdas discusiones de las enfermeras, sino una voz mucho más cercana y tranquila. Era, claramente, la voz de un varón que recitaba, trastabillando de vez en cuando, una eterna seguidilla de palabras.
Me levanté de mi cama. Mis ojos todavía no veían bien. Me los restregué con las manos. La luz de la luna entraba por la ventana. En su frasco, el erizo flotaba en paz.
La voz provenía del otro lado de una cortina que dividía el cuarto en dos habitáculos. Me asomé furtivamente pero no encontré a nadie, exceptuando al viejo en coma que me observaba desde su cama. Me sobresalté.
- Y-y así es la cosa: que vengo, que voy, que me buscan, que me olvidan... Me-me-me siento como Casandra, tocada por los dioses y despreciada por los humanos.
Estaba completamente sorprendido. El anciano no había dado señales de vida en lo que había durado mi estadía en el hospital. Sin embargo, ahí estaba, con los ojos bien abiertos, monologando con la nada.
- Ho... ¡Hola!
El hombre se quedó mirando el aire, sonriente, mientras yo lo saludaba. Ante la indiferencia, comencé a saltar, correr y agitar mis brazos frente a su cara. El viejo seguía ensimismado, con su expresión de felicidad absoluta.
Al rato, volvió a abrir la boca.
- Pe-pero todo es un mar de decisiones, un camino largo largo largo larguísimo largo, con millones a la millonésima de bifurcaciones; y tomar una de ellas es morir un poquito, pero nada dice que el camino sea un círculo y nos devuelva a la primera bifurcación, en la cual probablemente elijamos la misma opción que elegimos inseguros la vez anterior, y así seguir sucediendo sucesiva-sucesivamente.
"Y-y la cuestión no es huirle a la Muerte, no no, porque está aquí y allá, en todas partes, y sería imposible, y la real realidad es que nosotros nacimos un poco poquito muertos. A-aunque tantas veces morimos como veces vivimos, prendidos y apagados, despiertos y dormidos, quejándonos con cada vida. Ni-ni la cabra Amaltea nos querrá amamantar de ese modo, pedigüeños pedidores mendigos, que el otro día casi le arrancamos una teta de tanto quiero que quiero querer.
"Y-y ya no se sabe qué es vivir, excepto para los médicos doctores y los fúnebres funerarios, que tantas cosas saben el uno del otro y el otro de uno. Pe-pero uno nos quiere para siempre y el otro una única vez, porque uno prefiere vernos día y noche y que llenemos su casa de esplendor y el otro sabe que tarde o temprano vamos todos en fila a que le cure todos los males. Po-por eso el do'torcito es tan malo como el veneno que nos manda con él o como nosotros que chupamos la teta de la pobre Amaltea.
"U-u-uno para todos, todos para uno, así me enseñaron en el bosque, con ese gigante, el bribón y aquél fraile, tan lascivo como puede ser un fraile. Au-aunque era difícil el todos para uno, porque negar la negación no es sólo decir que sí, sino negar la misma posibilidad de negación. Y-y así se repetían las cosas tanto y tanto, allá en el bosque, que las hojas no eran hojas y el pasto no era pasto: eran no-hojas y no-pasto. Pe-pero ese fraile diabólico me dijo un día que si se seguían continuando las reiteraciones reiteradas de repeticiones, era todo no-no-hojas y no-no-pasto; y me quise ir y me fui.
"Y-y cuando llegué a una cuevita acogedora, se me metió un pez príncipe, y toda su cohorte de cortesanos se instaló en la caverna. Vi-viví mucho tiempo atormentado por estos nobles, que el caracol y el cangrejo, las mojarritas, las sardinas y la cucaracha que contaba cuentos y la araña tejedora, porque no paraban de hablar jamás de los nunca jamases y así no podía entender el silencio. Y-y el eco me devolvía cada palabra y ya eran demasiados los nobles animales con su retórica animal y su poesía animal y sus chácharas animales, sin contar las animaladas animales que cometían de vez en cuando. Pe-pero todo fue para peor cuando aquella ilustre cucarachita me contó la siguiente fábula fabulosa:

Un hombre estudioso, docto en las Artes, en la Dialéctica, en la Filosofía, en los grandes conocimientos que del Mundo se tienen. Las palabras y las letras, los números y ecuaciones, las leyes, órdenes y sistemas; los placeres por doquier. Su morada, las profundas bibliotecas repletas de tomos y tomos de saberes prácticos y teóricos, de vidas y acontecimientos. Ante sus ojos pasaban el pasado, el presente y el futuro. Con sus manos sentía las cicatrices siniestras de la historia del Universo.
Pasaba el día con la nariz hundida en los textos más antiguos, en las frases que alguna vez dijeron los ancestros. Un regodeo constante de su conciencia al leer y releer aquellas palabras que el viento no se llevó, aquellas letras sagradas, puras e imperecederas. Pilas de libros de pergamino y papiro lo rodeaban; y él, en tal fortaleza de sapiencia, se sentía seguro y contenido por las vidas de los más grandes del pasado.
La desgracia quiso que sus fuerzas menguaran día a día; con cada visita a la biblioteca, su sangre se helaba más y más. El tiempo fue empeorando su situación, pero su obsesión se volvió locura y entregó su alma a los tiempos remotos. Así fue corrompido por el pasado, que poco a poco terminó por olvidarlo. Los libros de la Antigüedad arrancaron una a una las páginas de su propio libro. De él sólo quedaron las cubiertas de una vida que ya no podía ser vivida, de una novela que ya no podía ser leída.

"E-esa noche no pude dormir de lo absurdo del asunto cucaracho; y la cosa tenía que terminar de alguna manera. Y-y que si los pisaba, los echaba o me los comía, venían unas locas con antorchas y uñas largas y me pegaban chas-chas (Herminias, creo que se llamaban), entonces yo no sabía qué hacer. A-así que les regalé la cuevita esa y me quedé yo como huésped, pero los bichitos de la nobleza se fueron porque no me soportaban, y el pez príncipe no dudó en escupirme un escupitajo a la cara, y atrás se iban las Herminias con sus vestidos negros, escuchando las cucarachas fábulas de la cucaracha fabuladora (Ma-más tarde me enteré que era con-fabuladora, y que se comió vivo al príncipe y se convirtió en princesa, pero una bruja la convirtió en sapo y ahora anda esperando a algún principito que la bese con amor. Bien que le vendría el pececito fuera de la barriga.)
"Pe-pero en la cuevita me sentía solo, así que salí para pasear por ahí, cuando me encontré con Dios que me sonrió y me dio la mano. Y-y así que casi me mata del todo, y anduve ciego un buen tiempo, con una ceguera de mendigo cieguito, así que para no seguir chupando la teta de Amaltea, pensé con pensamiento un pensamiento bien pensado y digno del mejor pensador. Pe-pero ya se me olvidó aquello, que muy probablemente tuviera algo que ver con traducir todos los textos (hasta los de aquella cucaracha) al mismo idioma y ver qué pasaba cuando algún chino quisiera leer.
"Pe-pero algún día voy a ser rey del Mundo, aunque al Mundo ya lo tuve en las manos más de una vez, y los chinos van a ser negros y todos vamos a ser negros, para no tener que temer al Sol. Y-y el Sol mismo nos va a temer, más de lo que nos teme ahora, porque nuestra negrura lo va a poder eclipsar cuando se nos dé la regalada gana.
"Y-y cuando Dios me dejó ciego la otra vez, también conocí a la Virgencita, que tan vírgen no era porque me contó que era de Capricornio, como Amaltea. Y-y que bastante cochina era cuando podía y le daba el tiempo. Pe-pero lo más importante, me dijo, y el problema es que de eso ya me olvidé.
"Y-y no se confunda el canto de las sirenas con el de las harpías, porque si bien son parecidas, las primeras cantan mejor, aunque las segundas no cobran tan cara la entrada. Pe-pero Amaltea está cansada y no quiere dar más leche, aunque alguna manzanita le tire al insolente de Newton; y a Eva, a Paris, a Guillermito y a Teodora que las manzanas se las dé otro, porque Newton no comparte (Menos lo hace Eris, que a las Hespérides las tiene masticando coca). Sa-sal de ahí, chivita, chivita, y danos más manzanas, que así podemos pagar el pasaje para dejar esta estación, que nos quedamos barados y el cartel ya está herrumbrado con herrumbre y le faltan letras y sólo dice: ARDÍ DÉN. Y-y dame una manzanita más, que en el guardarropa se olvidaron a un niñito en una valija que me mira muy muy sinserio y tiene hambre.
"Ba-bala bala la cabra, pero nos tira un chorrito de leche y que no quiere salir de allí. Y-y ya sabía que era difícil el todos para uno, que si subimos todos, no se puede, y si sube uno, falta el para todos.
"Y-y me acuerdo ahora lo importante que me dijo la Virgencita, que tan importante es que me da miedo contarlo. So-sólo voy a decir que cuando uno tiene el Mundo en las manos, se da cuenta de que los médicos no curan a nadie, que los funerarios te meten en cajas y que a Amaltea ya la tiene cansada el oficio."
Los ojos bien abiertos y la sonrisa más amplia posible sobre los labios, el viejo se detuvo en su parafernalia infinita. El sol entraba por la ventana y algún que otro pajarito cantaba. Traté de hacerlo hablar, pero ya no emitía sonido. Sólo se limitaba a mirar fijamente el cielo raso.
Corrí la cortina que dividía la habitación y me acosté en mi cama para aprovechar las pocas horas de sueño que me quedaban. Al despertarme, el gorila de Hilda me indicó que el doctor había decidido darme el alta.
- Ya está bien. Vístase y váyase. No se olvide de firmar la planilla.
- Qué agradable que sos...
Mi alegría por la noticia no podía disminuir ante la antipatía de la poco agraciada Hilda. Me vestí sonriente, contento de abandonar las cuatro paredes de esa habitación insulsa, y bajé de la cama.
Crucé la cortina para ver al viejo, pero me encontré con un camastro vacío, cubierto de sábanas inmaculadas.
- ¿Y el señor que estaba acá?
Hilda, que estaba ocupada ordenando toscamente mi cama, respondió sin un gramo de delicadeza.
- Ese amaneció muerto. Se lo llevaron hace un rato.
Me limité a mirarla mal y a no entender la situación. De hecho, poco entendía desde que me habían despertado en medio de la noche las murmuraciones místicas del anciano.
¿Algún día entendería? Poco importó entonces. Firmé la planilla y salí de la habitación. A los pocos metros, un grito de Hilda me frenó en lleno:
- ¡Ni se le ocurra dejar esto acá!
La enfermera salió del cuarto con el frasco del erizo en brazos.
- Eso no es mío.
- Sí que es suyo. Llegó con usted. Ahora, por favor, lléveselo y hágase cargo. Muchas gracias.
Me encajó el frasco y se fue dando pasos que, supuse, retumbarían horrorosamente en los pisos inferiores. La cabeza oxigenada del gorila me despedía en su bambolear primitivo.
Caminé por última vez por el pabellón de intoxicaciones hacia el ascensor. Bajé y atravesé el hall de entrada que hervía en bullicio. Al salir, el sol me encandiló. Bajé la mirada a mis brazos y vi al erizo estremecerse en su frasco.