31.12.07

sacrificio

Es un martirio vivir en mi cabeza, y no porque sea insoportable, ni tampoco una condena. No, en absoluto. A mí me fascina ser un mártir. Me encanta.

Habría encontrado tantas similitudes con tantos héroes románticos, con aquella Ifigenia que se dio a los dioses de los vientos, que me hubiese creido un Santo Inocente o partícipe de alguna profecía de Delfos si tan sólo salieran bien mis sacrificios.

Y claro, yo me inmolo por todos y por nada, sólo para ver cómo me vuelvo ceniza ante los ojos de la muchedumbre. Tal vez sea por eso, por el público, por la fama, que me martirio. Me ennoblezco al derramar mi sangre por causas ajenas, y al final nadie me la repone.

Seguro que debe ser porque los verdaderos mártires se santifican después de muertos. Y yo me niego a morir, porque muerto no podría disfrutar de mi nobleza, de mi beatitud.

¿Será que vivo en un coliseo? Los leones en todas partes: en las puertas, en la calle, debajo de la cama... Pero yo soy el que mete la cabeza en sus fauces, porque pareciera que están domesticados. Si tan sólo los pudiera matar de hambre o fastidiar lo suficiente como para que se acerquen a pegarme un zarpazo... Uno solo, que me razguen la ropa, por lo menos, para poder tener algo heróico que relatar.

Y sí, si al final de cuentas sólo el público festeja los sufrimientos, y aquellos por los que me entrego se limpian mi sangre de la ropa como manchas de salsa.

Yo me debo a mi público...

4.12.07

inocente ansiedad

Entré en la espesa selva que me observaba absorta con sus ojos verdes, como las lianas que sólo pueden trepar las muchachas jóvenes y puras, y que anonadaba mi entendimiento con su esquiva mirada de perfecta inocencia. Nunca supe qué me esperaba, jamás esperé que algo lo haga, pero me comenzaba a preguntar por los misterios que se ocultaban tras la maraña juvenil de aquel rostro que tanta confianza transmitía. Porque así es la selva, así de engañosa, protegiendo con sus infinitas manos y al mismo tiempo otorgando un sofocante abrazo al incauto. Jamás sabré si fui un ingenuo o un conocedor. Jamás lo querré saber.

Puede que mi mirar sea un poco confuso, que se pierda en las lejanías de tierras que nunca existieron y que nunca existirán. Con párpados somnolientos y las pupilas dilatadas de formol, así, a centímetros de su aliento narcótico, pude vislumbrar una enigmática sonrisa que me enredó aún más en aquella vegetación salvaje.

Sé que el ocaso nos marca y que algún día lo esperaré en la parada y él me seguirá esperando en su casa. De obstinados podríamos aguardar siglos, pero estoy seguro que eventualmente cada uno emprenderá el sendero. A mitad de camino nos encontraremos y lo veré con su teléfono de juguete, y él a mí con mis ansias desparramadas por la cara. Nos sonrojaríamos y sonriríamos, con esa inocencia que enchastra todo aspecto de la vida, cada una de las palabras que se escuchan y que llegan al alma.

"Si querés, te ayudo a desenredar el cable del teléfono; aunque a él le guste estar enredado; aunque después de mucho esfuerzo se vuelva a enredar."

"Si tenés ganas, te invito a calmarte, a limpiarte esa ansiedad del rostro."