31.12.07

sacrificio

Es un martirio vivir en mi cabeza, y no porque sea insoportable, ni tampoco una condena. No, en absoluto. A mí me fascina ser un mártir. Me encanta.

Habría encontrado tantas similitudes con tantos héroes románticos, con aquella Ifigenia que se dio a los dioses de los vientos, que me hubiese creido un Santo Inocente o partícipe de alguna profecía de Delfos si tan sólo salieran bien mis sacrificios.

Y claro, yo me inmolo por todos y por nada, sólo para ver cómo me vuelvo ceniza ante los ojos de la muchedumbre. Tal vez sea por eso, por el público, por la fama, que me martirio. Me ennoblezco al derramar mi sangre por causas ajenas, y al final nadie me la repone.

Seguro que debe ser porque los verdaderos mártires se santifican después de muertos. Y yo me niego a morir, porque muerto no podría disfrutar de mi nobleza, de mi beatitud.

¿Será que vivo en un coliseo? Los leones en todas partes: en las puertas, en la calle, debajo de la cama... Pero yo soy el que mete la cabeza en sus fauces, porque pareciera que están domesticados. Si tan sólo los pudiera matar de hambre o fastidiar lo suficiente como para que se acerquen a pegarme un zarpazo... Uno solo, que me razguen la ropa, por lo menos, para poder tener algo heróico que relatar.

Y sí, si al final de cuentas sólo el público festeja los sufrimientos, y aquellos por los que me entrego se limpian mi sangre de la ropa como manchas de salsa.

Yo me debo a mi público...

1 comment:

Anonymous said...

y el público se para y aplaude de pie al mártir de la literatura.
(o sea que me re cabió tu texto, papá)