13.1.09

Erizos (VI)

Hubo una semana en la que me vi periódicamente visitado por el doctor. Su rechoncha cara seria me examinaba de arriba a abajo y leía con detenimiento los análisis que me hacían para, en cada ocasión, dictaminar: "Un día más de observación".
Las noticias no me eran gratas. Ya estaba harto cansado de pasar los días tirado en la cama de sábanas inmaculadas y ásperas. Además, diariamente aparecía la primate cabeza de Hilda en la puerta de mi habitación para extraerme sangre. Las agujas no me agradan, y mucho menos que me pinchen con ellas. Todo esto, sumado a la comida insípida del hospital y el tener que andar orinando en un papagayo, me hacía desear volver a casa.
Esa misma semana pareció que el mundo se había olvidado de mí. Nadie se acercó a visitarme, ni siquiera mi madre. Mi única compañía era un anciano que me habían asignado de compañero ese sábado. "No te preocupes que no va a molestar mucho... Está en coma profundo.", me dijo el enfermero que lo había traído. La verdad es que más me molestaban el silencio y la inmovilidad del viejo que si me hubiera estado hablando todo el tiempo: tan aburrido estaba.
Ante semejante inactividad, algo en mi interior se comenzó a revolver, como una bestia que había estado dormida durante mucho tiempo. Se despertó, sí, y empezó a rondar por cada rincón de mi mente, marcando su territorio. Estaba hambrienta y no iba a descansar hasta obtener lo que pedía. El sentimiento de aventura exigía a gritos una emoción violenta.
Así fue que inicié mis expediciones nocturnas.
Todas las noches, luego de cerciorarse de que los pacientes durmieran, las enfermeras de turno se amotinaban en la pequeña oficina que vigilaba el pasillo para entregarse al éxtasis del juego. Truco, chinchón, escoba y póker. El personal de enfermería estaba infectado por el virus timbero. Debían hacer fuerza para no gritar y despertar a los durmientes cuando perdían la mano. Además, se ocupaban de colocar almohadas y frazadas en la puerta para amortiguar los sonidos. La triste realidad era que, más allá de todas estas precauciones, se oía en el pasillo un extraño murmullo ahogado en el que se podía identificar amplia gama de insultos y maldiciones.
Sin embargo, esto no impedía que en el pabellón de intoxicaciones reinara la paz. Todos los pacientes pasaban las noches en completo silencio, descansando y luchando contra sus afecciones con el remedio onírico. Todos menos yo, que escuchando las murmuraciones provenientes de la cuartilla de enfermeras timberas, más parecidas a una pandilla de mafiosos que otra cosa, no podía evitar asomar la cabeza hacia el pasillo y espiar un poco. Así comencé, y a medida que me sentía más osado, me fui alejando cada vez más de los límites de mi habitación.
Primero logré acercarme a la ventana por la cual las enfermeras vigilaban el orden del ala. Me asomé despacio para espiar en el cuartito. De ese modo descubrí que no sólo jugaban, sino que también fumaban, pues no se lograba ver más que siluetas en la neblina. ¡Y no todos los días era tabaco!
Más adelante me animé a abandonar el ala de intoxicaciones para adentrarme en las entrañas del hospital. Era un edificio antiguo y enorme, compuesto por dos cuerpos gigantes, en los cuales se repartían las distintas áreas. Mi pabellón se encontraba en el cuerpo 1, y el resto se interconectaba por un sistema laberíntico de pasillos y escaleras que trepaban ocho pisos.
Particularmente tenebrosos por las noches, los pasillos eran amplios y silenciosos, lo que me obligaba a moverme sigilosamente para evitar que el eco de mis pasos me delatara. Durante cuatro noches me moví por el edificio como una sombra, visitando el ala de quemados y el área de emergencias, espiando las pocas actividades que ocurrían en el ápice nocturno. Consecuentemente, durante el día, el médico me encontraba con un sueño abrasador que intentaba compensar las horas que pasaba en vela investigando recovecos.
A la quinta noche descubrí, en el sexto piso, un pasillo enorme completamente a oscuras. En la mitad del mismo había un tabique con una puerta. Cruzando esa puerta se llegaba al otro cuerpo del hospital. Parecía ser que este pasillo funcionaba como puente entre las dos gigantescas partes del edificio.
Dudé si debía abrir o no esa puerta. Temía que el cuerpo 2 fuera asquerosamente más grande y me pudiese perder. También estaba la posibilidad de que del otro lado de la puerta hubiera alguien vigilando. La bestia en mi interior tomó la decisión por mí.

4 comments:

Anonymous said...

te encantan los finales con intriga, ahora quiero que te apures aún más para la próxima entrega jaja
shetem, mon amí (L)

Unknown said...

coincido con mar. si tu intencion es dejarnos a la expectativa durante otra eternidad, sufriras severas consecuencias, no se puede hacer eso con lo' fans
te amo :)

vivero said...

es increíble que haya fans, incluso!

Candela Sanchez Fourgeaux said...

me encanta el final, es perfecto
y es muy arduo encontrar finales adecuados
t invito a pasar por mi blog
fiftiesdiner.blogspot
un beso (L