10.11.10

Glosas I

"Ya la siguiente aurora iluminaba la tierra con la antorcha febea y había ahuyentado del polo las húmedas sombras, cuando delirante Dido habló en estos términos a su hermana, que no tiene con ella más que un alma y una voluntad:
'Ana, hermana mía, ¿qué desvelos son éstos, que me suspenden y aterran? ¿Quién es ese nuevo huésped que ha entrado en nuestra morada? ¡Qué gallarda presencia la suya! ¡Cuán valiente, cuán generoso y esforzado! Creo en verdad, y no es vana ilusión, que es del linaje de los dioses. El temor vende a los flacos pechos; pero él, ¡por cuáles duros destinos no ha sido probado! ¡Qué terribles guerras nos ha referido! ¡Si no llevase en mi ánimo la firme e inmutable resolución de no unirme a hombre alguno con el lazo conyugal desde que la muerte dejó cruelmente burlado mi primer amor; si no me inspirasen un invencible hastío el tálamo y las teas nupciales, acaso sucumbiría a esta sola flaqueza! Te lo confieso, hermana; desde la muerte de mi desventurado esposo Siqueo, desde que un cruel fratricidio regó de sangre nuestros penates, ése solo ha agitado mis sentidos y hecho titubear mi conturbado espíritu; reconozco los vestigios del antiguo fuego; pero quiero que se abran para mí los abismos de la tierra, o que el Padre omnipotente me lance con su rayo a la mansión de las sombras, de las pálidas sombras del Erebo y a la profunda noche, ¡oh pudor!, antes de que yo te viole o de que infrinja tus leyes. Aquel que me unió a sí el primero, aquél que se llevó mis amores: téngalos siempre él y guárdelos en el sepulcro.'
Dijo, y un raudal de llanto inundó su pecho."

Publio Virgilio Marón - Eneida

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