21.2.08

Elefantes (II)

Los caminos de la costa siempre me parecieron calamitosos; tantas subidas y bajadas, y la insoportable piedrecilla que de una u otra manera terminaba dentro de mis zapatos. Así fueron unas quince cuadras, interminables, infranqueables, hasta la funesta casa que estábamos habitando.
Entré con cuidado. Sabía que la puerta chirriaba, así que procuré ahogar el sonido para evitar que se despierte alguien. Afuera ya brillaba el sol; serían las diez y pico.
Me quedé parado un rato en el living. Miré todos esos muebles, tan soso y desgastados, típicos de alquiler. Podría oler todavía la sal en el ambiente. La habitación me resultó, de repente, repugnante. Tranquilamente podía ir hasta mi dormitorio, armar mi bolso y largarme de ahí. Nadie se enteraría; sólo desaparecería y estaría tranquilo en casa, lejos de todos ellos.
Sí, necesitaba alejarme, sentirme solo, en soledad como en la playa esa madrugada. Comencé a subir los escalones que llevaban al piso de arriba. En mi cabeza giraban todas las cosas que no debía olvidar llevar: las medias en el tender, mi shampoo, las sábanas... Entré con cuidado en el cuarto. Laura dormía en su cama, con la cara hacia la pared. Abrí el armario y junté toda mi ropa. La tiré sobre mi colchón y fui a buscar el bolso que estaba debajo de la cama de Laura.
- ¿Qué hacés? - Se había despertado en algún momento mientras yo buscaba mis cosas. Tenía sus ojos clavados en los míos, esos ojos grandes y marrones, profundos. El silencio que separaba la pregunta de la respuesta parecía infinito.
- Me voy.
Laura se quedó mirándome, callada, expectante. Tomé el bolso y empecé a guardar todo en su interior. Podía sentir sus ojos clavados en mi nuca, pero no con dolor, sino como incomodidad. Sabía que, más que nadie, ella me entendía. Continué con la tarea minuciosamente.
Luego de unos minutos, cerré el bolso de un tirón. El sonido inconfundible del cierre relámpago resonó en la habitación. Respiré. Tomé el bulto y me dirigí hacia la puerta. Antes de salir me volví para ver a Laura. Su rostro se había mantenido impacible. Nos quedamos así, en silencio total, durante un minuto entero, como por respeto solemne. Luego, simplemente me marché.
Los pies me pesaban, pero caminé todo el recorrido del pasillo. Comencé a bajar los escalones, uno por uno. Todos seguían durmiendo: lógico, un grupo de jóvenes de vacaciones no harían menos. Llegué al rellano y me miré en el espejo con el bolso. Qué imagen patética... Irme por una pelea. Claro, todo sería incómodo luego, pero las aguas se calmarían.
El tiempo parecía no pasar mientras yo estuviera allí plantado, con la mirada perdida en mi reflejo. Una voz en mi interior me decía que me marchara pero algo me retenía, algo invisible y poderoso.
Una gota de sudor me recorrió toda la cara, desde la sien hasta el mentón. Dejó un camino húmedo que me refrescó la mejilla, despertándome de aquella reflexión sin pies ni cabeza. Reanudé mi partida, más decidido aún, como una locomotora fuera de control.
Al abrir la puerta, me volteé para encontrarme con el desabrido living vacacional. Una brisa costera me pegó en la nuca y me hizo pensar en los elefantes. Sólo tres días en tierra... La ironía residía en que me quedaban tres días más allí, nada más.
Cerré los ojos y me vi gigante, inmenso, pisoteando el suelo y haciéndolo más compacto todavía. En mis pensamientos apareció una mirada; una mirada de ojos grandes y marrones y profundos. Sí, por ella sería un elefante. La defendería con mi marfil y habitaría la tierra pestilente y corrompida durante tres días. Sólo por ella, y nada más.
Cerré la puerta y volví a trepar la escalinata.
Al abrir la puerta nuevamente, me encontré con sus ojos gigantes, inalterados todavía. Deposité mi bolso en la cama y le hice un gesto de silencio con las manos. Ella me sonrió y se volvió a dormir.

1 comment:

OjOs cerrados said...

todavia no votaste a tu powerranger favorito?! ke estas esperando?!
es la ultima encuesta del verano!!!